No es casualidad que haya decidido escribir la experiencia de dos media maratones de 21 kilómetros de manera conjunta, tampoco es casual que lo haya decidido cinco meses después de mi última crónica del Ironman de Floripa. Julio y agosto fueron meses difíciles, la intervención quirúrgica de una fistula me dejo entrever el significado de la recuperación. Fueron tres meses bravos. La necesidad se impuso al consejo, así que vinieron los 21k porteños con toda su pompa y estuvimos allí rodeados de amigotes del running y el grupo Adidas el cual me apaña en los berrinches. Mañana multitudinaria, temprana y húmeda, llena de cotillón y merchandising. Me era imperioso saber donde estaba parado de cara al soñado maratón neoyorkino, no había corrido en meses más que cortas distancias para despuntar el vicio. Allí estábamos, allí en la largada, allí donde tantas veces. Recorrido por más conocido, le conozco hasta las imperfecciones de las calles, hasta la inclinación de los tramos. Pero siempre es bendito uno por ver y correr en semejante urbe, Av. Del Libertador, Carlos Pellegrini de contra hacia el obelisco, la atractiva Diagonal Norte, la histórica Plaza de Mayo, la 9 de Julio y el remonte sobre la autopista Illia, todo eso es imperdible. Luego un coqueteo con la Costanera y augurando el fin se asoma el Planetario hacia el km 18. Lo que queda es la cabeza y la satisfacción de llegar. A 6’ el km el objetivo estaba cumplido.
Ni bien pasado quince días, tenía enfrente los 21 kilómetros del Puente Rosario-Victoria, particular carrera cuyos primeros 11 k trepa el puente en cuestión q saltea al Paraná. Es particular por su paisaje –desde ya- aunque no por ello menos dura y amena. La mañana nos encontró rodeado de afectos y convulsionada algarabía por un asado posterior –también- al que me había comprometido hacer. Largamos encajonados, es una autopista sin banquinas al pie del puente. Ello hace una largada lenta y tumultuosa, también la corrí varias veces, así que no me sorprende el escenario. Arriba viento y me golpean fuerte una gotas dispersas de lluvia, bajando y hacia la mitad de la carrera el sol levanta la humedad haciendo pesado el tramo costero. A mi ritmo comparto junto a los que no van tan rápidos el placer de distraerse un poco con humoradas sueltas y motivaciones banales. En la vuelta sobre el Balneario La Florida siento que puedo encarar los fondos sobrevinientes para la “Major” Marathon de New York. Llego animado entre el vitoreo de la gente que nunca abandona. Feliz.